En los primeros principios de la encantada provincia de Cuenca, poco se sabe o poco alcanzamos a saber. Desde esta improvisada y provisional referencia, sin embargo, existen, más que pruebas -restos prehistóricos- que dan fe que, los primeros pobladores de la región fueron asentamientos -tal vez hordas- de los tiempos neolíticos: hay muestras como hachas, cerámicas e, incluso, armas que corresponderían a la posterior Edad de los Metales.

Lo cierto es que tan ilustres cronistas romanos como Plinio y Ptolomeo, ya dos siglos antes de Cristo, aseguran en sus crónicas que, los celtíberos estaban, por aquellos entonces, cuando menos, al norte de la provincia. Tan es así que de aquellos primeros pobladores consideró el historiador romano que eran:

“Gentes crueles en el campo de batalla, pero hospitalarios en sus casas…”
“Visten ásperos sayos negros, cuya lana recuerda la piel de las cabras…”
“Y entre ellos, se da una peculiar y extraña costumbre: Se bañan y lavan la cara, con orines, teniendo esta acción por cuidado y limpieza del cuerpo…”

Cuenca nace definitivamente a nuestra civilización bajo el manto de los sarracenos en los alrededores del siglo VII de nuestra era. La entonces Conca y su comarca dependieron del Emirato de Valencia, aunque luego fue tributaria de los taifas sevillanos.

Tras no pocas idas y venidas reconquistantes, acabó siendo Alfonso VIII quién terminó de ganarla para la española cristiandad en el 1117.

“La creación está aquí. Aquí mismo se congregan el nacimiento del arte y la virtud de la piedra”.
Gerardo Diego

Y si por vocación fronteriza tuvo que ser guerrera en tiempos de la Reconquista, también resultó Cuenca territorio indómito y poco dado a la disciplina porque fueron también indómitos comuneros los conquenses en unánime rebelión contra la política (entre otras) fiscal del Emperador Carlos V. Siguió queriendo ser rebelde contra las pretensiones carlistas (1847).

Se podría pensar que son hijos de su geografía. Ello serviría para explicar -al menos- su comportamiento claramente indómito y levantisco, al igual que notoriamente hospitalario porque como, con justicia, presumen sus actuales habitantes,”lo cortés no quita lo valiente”.

Resultó igualmente rebelde la población frente a la invasión francesa, aunque de ello resultara la quema de Cuenca capital por las tropas napoleónicas.

Incluso -hace bien poco para la Historia- Cuenca ha dado muestras de talante dócil, pero decididamente indoblegable: La guerrilla antifranquista, el “maquis”, tuvo en Cuenca -quizá acogido entre sus hoces y sierras- a un guerrillero tan legendario como real llamado “El Fortuna”.
Al final, tal vez tuviera razón el historiador“son estos pueblos inhóspitos y hospitalarios al mismo tiempo”…